Andi Nachon es profesora de letras, poeta y guionista. Publicó desde 1990 una decena de libros de poesía felizmente reunidos en 2019 bajo el título En la música vamos (Editorial Bajo la luna). Ganó innumerables premios y becas por su obra. Andi es también profesora adjunta del Taller de Poesía I de la Lic. en Artes de la Escritura de la UNA.
En 2020 Caleta Olivia editó su primera novela Dos o tres días de fiesta. Andi nos cuenta que la comenzó a escribir en los ‘90 como parte de una trilogía de novelas breves cuyas protagonistas cumplirían 30 años en el 2000. En esta historia, la protagonista es huérfana en varios sentidos y la historia narra precisamente dos días en los que recorre la ciudad que le resulta extraña, como todo en su vida. Trabaja y se relaciona con lo que tiene alrededor, mientras descubre qué se hace cuando la vida te deja perpleja y, en varios sentidos, con cierto grado de orfandad. Es un recorrido, una travesía pequeña después de una pérdida que resignifica todo. La novela tiene y reclama un ritmo propio, el de esta chica de pueblo junto a su perro y otros seres que ponen en movimiento sus certezas hasta correrlas. La escritura juega con la lengua hasta torcer la gramática y, por momentos, el ritmo es gobernado por un eco en verso donde la novela es esta pausa a la que uno se entrega dichoso “y de repente todo está bailando”.
¿Cómo resuenan en vos las voces de poetas de una subjetividad no masculina que irrumpieron en nuestra historia y llamás “nuestras ancestras”?
Compartimos generacionalmente esta idea de llamarlas “nuestras ancestras” con Gabby De Cicco, Macky Corbalán, Paula Jiménez España, Claudia Masin. Con ellas coincidimos en esta línea y heredamos de nuestras mayores ese gesto tan particular de hacernos lugar en escenas masculinas. Estoy pensando en Diana Bellessi, Susana Villalba, Alicia Genovese, Mirta Rosenberg, Claudia Schwartz, Irene Gruss, de esa camada de poetas que nos dan como una bienvenida a fines de los ‘80, principios de los ‘90, que estaban muy atentas a leer a las chicas que venían, en términos de saber lo difícil que era hacerse espacio ahí. Macky es alguien que siempre insistió en esto, porque pasó algo en esos años de parecer que habíamos salido de un huevo y en realidad, sobre todo en el caso de las chicas, veníamos de una herencia de gente que habían abierto la cancha de una manera increíble. Hay algo que me sorprende y es que las revueltas, ya sean políticas o artísticas, parece que empezaran siempre de cero, y en el siglo XXI quisiera que pensemos que nunca es desde cero, tenemos que dejar de permitir que eso pase. Lo pienso con respecto a los feminismos o en relación a las escrituras que no sean del varón hegemónico y en relación a las posibilidades experimentales y en relación a la política. Lograr saber que atrás hubo otras voces que nos impulsaron para que lleguemos acá y que tenemos que impulsar a las que vienen y si perdemos esa memoria, perdemos.
Sí, porque son huellas que están, que las tenemos y que hay que reconocer porque ahí resonamos en una especie de tejido.
Y no solo huellas, sino que operan activamente, hay algo de continuar ese hilo, lograr verlo y mantenerlo. Es un entramado a través del tiempo. Y me parece que la poesía también es eso, es saber que hay un canto que viene de atrás que hace que leas al duque de Aquitania y digas ¡ah!, que no venís solo acá a dar voz, hay algo que viene de antes. Por eso estoy muy agradecida a mis ancestras y creo que hay que estar atentos a las voces que vienen. Sino es “después de mi el diluvio” y es muy esquivo ese gesto. Y es lo que te da contención, yo agradezco haber leído La campana de cristal de Sylvia Plath, para decir “no quiero ser la chica 10, no voy a hacer eso conmigo”. Y así otras.
Claro, una lectura generosa hacia adelante y hacia atrás. Ellas que habían logrado irrumpir en la esfera literaria profesionalizándose en la escritura.
Y que además tuvieron una cuestión muy activa, porque la generación de los ‘60 también hizo eso pero no tuvieron el impulso de generar ciclos, espacios de lectura, talleres. Eso permitió armar el entramado que yo creo que facilitó la llegada de quienes vinimos después. Susana Villalba sostuvo lecturas donde siempre lograba un cruce generacional y donde siempre había mujeres. Y también lo hizo Diana, Claudia Schwartz, Monica Sifri. Sabían que no solo era escribir sino impulsar ese espacio y un espacio más abierto que sino establecían los varones.
Nombrabas a Irene Gruss y recordé ese verso suyo que habla de nombrar y que las cosas le estallen. Hace un puente con tus últimos poemas de En la música vamos donde decís que Mora crea mundos cuando nombra. Y es un gesto de la escritura en sí, también.
Sí, crecer con niñes es volver a ver con ojos primeros el mundo, porque estás “mirá ese jazmín paraguayo, mirá el cactus”, te revinculás con el mundo como si fuera la primera vez. Esos primeros años con Mora fueron una belleza vivirlos. Tengo muy presente cuando íbamos viajando en colectivo y ella señalaba cosas y yo iba diciendo los nombres, que es la incorporación de las cosas y como se forma el habla, el comienzo del comienzo y ese enamoramiento loco que tienen les niñes con el lenguaje que no paran de repetir palabras que les gusta, son pura aprehensión, esponjitas.
Hay dos palabras que me resuenan mucho al releer toda tu obra que son “revuelta” y “traslado” como en un movimiento casi fin y me pregunto si ese vaivén no motoriza la poesía.
En mi caso sí, hay otras escrituras que son más contemplativas. Yo tengo el problemita de la sensación de que todo se mueve todo el tiempo y qué se hace con eso y desde ahí escribo. Para mí el mundo se mueve un montón, viste que en W.A.R.Z.S.A.W.A. el acápite es una entrevista que le hace Marguerite Dudas a un niño que era muy brillante y le pregunta qué es lo que más le cuesta comprender de lo que aprende en el colegio y el chico le dice que el mundo de vuelta. Y yo siento que las cosas todo el tiempo se están fugando y es en el poema adonde yo las puedo llevar o contenerlas.
Sí, todo da vueltas y también el yo poético de tus poemas, donde se desdobla en un vos, en un una.
Sí, yo no podría escribir sin un vos, puedo escribir sin un yo, de hecho hay zonas de mis libros donde el yo se borra, pero si no tengo un vos al que hablarle, otra cara u otro momento de algo así como un yo, pero sobre todo un otre. Muchas veces el poema es un puente y la segunda persona permite extender ese puente. Y si hay un gran misterio, además de que el mundo se mueva es que haya otre. La idea de la otredad.
Qué te pasa a vos cuando relees tus primeros poemas, esa musicalidad tan distinta. Como en los primeros en que el ritmo es casi de rap, con un chasquido del inglés también, que irrumpe.
Es lindo eso. Yo estoy super agradecida con la chica que fui, porque me trajo hasta acá y sobrevivió, que era bastante difícil. E hizo un montón de cosas. Encontré en el leer y escribir una fórmula de estar en el mundo, porque para mí la clave para poder ver la maravilla de estar acá es encontrar algo que te guste mucho y yo encontré eso: leer y escribir. Y no es poco, eso me dio un centro desde donde seguir. En ese sentido, cuando me preguntan por qué incluiste un libro que tiene poemas que escribiste a los quince, pienso que era un gesto de deslealtad no ponerlos, sin ella no hubiera sido yo. Y ahí hay lugares en donde me reconozco y otros donde digo: pobrecita. Y ni te cuento cuando hago cálculos del tipo“uy, cuando escribí esto tenía trece y Mora tiene trece, le puede pasar esto”. Y si bien esa respiración tan urgente y de falta del aire no vuelve a aparecer, hay algo en esa sonoridad que tiene que ver con cómo yo escribo, desde algo en el ritmo que construye sentido y me sorprende, que es el mismo impulso. Y esa sigue siendo la manera en que la escritura se hace presente en mí. Desde ahí parto, de una respiración, no de una idea ni de imágenes. Y eso es lo que más tiempo me ha acompañado en la vida.
Tengo marcadas en tus libros frases que son para tatuarse. En 26 movimientos hasta dice por ejemplo “almita, qué cosas negocian los días”. ¿Con qué cosas sentís que negocia hoy una persona que se dedica a la escritura?
Con todo, desde hacerte el primer mate de la mañana hasta tener que saber con qué vas a pagar la cuenta del gas hasta las jornadas laborales, las lecturas con la realidad de lo que no podés prever hacia adelante. Estás todo el tiempo negociando entre la incertidumbre y el descontrol. Entre los poemas y estos días locos. Yo creo que el tiempo es loco, estar acá es una maravilla loca. La cuarentena evidenció eso que en general percibimos y la sensibilidad capta que es que hay algo entre el afuera y el adentro, que se te escapan las cosas, que muchas veces crees entender algo y en realidad no lo entendéis o crees tener un control que no tenés. Y hay algo de lo que estos tiempos locos hacen que es decir: che, ¿sabes qué? Esta percepción un poco aguzada y un poco insoportable que a veces podes tener de la vida, ahora la tiene todo el mundo. Ahí algo en el motor poético, no yo Andi. Lo difícil es procesar todo esto en términos del poquito tiempo que tenemos, una hormiguita que va, ¿no? Yo creo que eso es negociar con los días. Creo que la clave está en encontrar qué podés hacer con todo esto. Me pasa como mamá todo el tiempo, decir que encuentre lo que le guste, algo que te permita por un momento estar solo en eso, y el mundo alrededor es el mundo y negociás con él.
Lo poético, como un calificativo, está tan metido en cualquier lado ahora que hay una confusión con respecto a esto. Qué es lo poético para vos.
Yo desconfío siempre que se usa esa palabra fuera de un poema. Yo, en principio desconfío, hasta pueden decir eso de un restaurant, que es un espacio re poético. Si me preguntas a mí que es lo poético, es una experiencia del lenguaje que me excede y nos excede, que te encontraste y te perdés a la vez. No tiene nada que ver con la decoración, ni con el cine. Sí creo que hay algo en esa experiencia que es muy extrema y que para mí es muy dichosa, que puedo reconocer en otras formas del discurso: en ciertas formas de arte, sobre todo cuando pienso en el arco que arma la obra de una fotógrafa, por ejemplo, como Nan Goldin. Creo que arma una poética ¿ahora, por qué diría eso?, porque hay una experiencia donde se pierde y se encuentra. Entiendo que, como poesía, son palabras que se solemnizan, como que ennoblecen. No, la poesía está acá, no allá arriba porque todo eso que se pone allá arriba se acartona y no pasa a ser parte de los días y la verdad es que no creo que la poesía tenga algo que ver con cómo alguien acomoda bien las flores. Si querés decir ese guiso es un poema, bueno.
Hay algunas personas que dicen “le tengo miedo a la poesía”. No solo como poeta sino como docente… ¿Cuál sería tu consejo? ¿Cómo entrarle a la poesía?
Yo le tengo miedo a la humanidad, a la poesía no. Mis miedos son las cosas que les humanes podemos hacernos entre nosotres. Le tengo miedo al hueco del ascensor, a bajarme de un colectivo y no saber adonde estoy. Si querés escribir, no tenés que tenerle miedo a ninguna experiencia del lenguaje, pero sí entiendo lo que pasa ahí. En el siglo XIX la novela se transforma en la epopeya de la subjetividad pero al mismo tiempo se olvida de este rumor que tiene que ver con atestiguar los días no desde el personaje sino desde la subjetividad y creo que ahí viene el miedo. Es mucho más fácil poner determinadas cosas en un personaje o en una voz construida, que el tipo de experiencia que genera el poema incluso cuando no haya un yo, hay algo que se pone en juego del vos, de tu mismidad. Y después voy a decir lo obvio y lo didáctico: leer poesía te hace mejor escritor. No tengo dudas de eso. Las obras que yo más amo de narrativa argentina tienen que ver con escritores que han sido lectores de poesía, trabajan de otro modo la lengua, no formalmente y desde la experimentación sino con otra conciencia del lenguaje.
¿Qué estás leyendo ahora?
Me doy muchas panzadas de animé, que es una pasión compartida, estuve releyendo a Ida Vitale, a las poetas noreteamericanas, una narradora japonesa que se llama Hiromi Kawakami, que releí en esta cuarentena Algo que brilla como el mar, volví a leer El elogio del riesgo, de Anne Dufourmantelle, Ondaatje también y estuve leyendo mucha poesía argentina para un programa de Paca Paca. Y siempre leo Fantasy, estoy fascinada con una saga de hombres lobo.
Por Marina Baudracco.
