Condenaron al cantante R. Kelly a 30 años de cárcel por delitos sexuales. La estrella del R&B fue sentenciada por tráfico sexual y crimen organizado. Después de la vida musical, televisiva y mediática, llega la etapa carcelaria. Una pena que en números representa el tiempo de vida de muchos, casi los treinta y tres de Jesús y más que los veintisiete de Jimi Hendrix, Amy Winehouse, Kurt Cobain y nuestro Rodrigo. Nunca se sabe si son suficientes años o demasiados.
Por un momento respiro y el aire tiene gusto a combate ganado, batalla de final feliz para ojos prudentes que ven en la pena un poco de resarcimiento a las víctimas. Prudencia que a mi se me fue con los años de patear tribunales. Quizás solo se trate de un tiro para el lado de la justicia. Un tiro en campo minado, porque aunque trato de concentrarme en el caso tengo muy fresco el fallo ultra conservador que anuló el derecho al aborto en Estados Unidos y llevo a flor de piel los números infinitos de abusos, muertes y violencia contra las mujeres que siguen aumentando día tras día.
No creo que este fallo haya torcido la rueda del tanque de guerra de los conservadores. Mi lado siniestro me cierra la ventana por la que entraba un pequeño rayo de luz: ¿No es un fallo más? ¿Una condena entre cuantas? ¿No hay más de una minoría representada en este caso? Este enjambre de ideas desconectadas aparecen cuando leo los argumentos que usó la defensa para que Kelly tenga una mejor fortuna: “debería tenerse en cuenta que su defendido experimentó una infancia traumática que involucró abuso sexual infantil prolongado y severo, pobreza y violencia”. Según el planteo defensista pareciera que Víctima y Victimario están en un mismo plano.
El viento ya no sopla fresco y la densidad reflexiva me pinta un panorama donde todo pierde claridad. Un loop que no cierra. Un victimario/víctima. De repente estamos hablando de que todo se reduce a más víctimas. No puedo perderme en este juego de roles, hay algo más allá de eso.
Algo aflora entre conceptos dogmáticos y artilugios defensistas: la repetición histórica de un mismo esquema discursivo, sistemático, permanente, que comienza ya con la historia “del pecado original”. ¿Puede justificar y alivianar al victimario, el mismo hecho que deja una constante sensación de culpa y castigo en la víctima? Vuelvo a lo más antiguo y clásico, la culpa de Eva por la manzana que comió Adán. Viejos artilugios discursivos. Adán está justificado, Eva siempre será la culpable. Cadena causal que se corta en lugares diferentes según quien esté de un lado u otro.
Miles de horas de estudiante de derecho grabaron a fuego algunos principios: la responsabilidad penal es sólo por los hechos. No es el autor el que importa, ni cuantas cosas encadenadas lo hayan llevado a consumar el delito. El nexo de causalidad no es lo mismo que las justificaciones, mal que le pese al condenado que, quizás también haya sido víctima. En este caso eligió y decidió reproducir violencia.
La contracara de un argumento que intenta justificar y redimir al victimario por una historia compleja, es la pelea de muchas mujeres poniendo el cuerpo contra el abusador, los medios y tribunales. Luego de denunciar, ¿qué mujer no se transforma en el morbo de la prensa, que elige hacerla pasar una y otra vez por la misma historia? No solo es en este caso donde la exposición es tortuosa y revictimiza. Lo vemos seguido, en el norte, en el centro y bien acá en el sur. Hay una pesada marca, una letra escarlata que no se borra y estigmatiza. Debemos reproducir el horror porque hace falta ser escuchada, una y otra vez, repetir la misma historia, porque hay que validar y revalidar y convencer y garantizar, porque la víctima en algún punto comparte banquillo con el acusado.
El argumento de la defensa intenta justificar la culpa y liberar la responsabilidad. Ese es el lado de los que buscan redención y clemencia. El cuerpo de la víctima, no solo su voz, vive y lucha todos los días por quitarse un peso que es real y no solo un artilugio discursivo. De este lado estamos las que vamos detrás de la verdad, la igualdad y la justicia.
Por: Belén Longo