Yegua, puta, montonera. Comunista, chorra, jefa de delincuentes. “Cristina, volvé a la cocina”. Son más de quince años de escuchar una y otra vez estas letanías. ¿Se acuerdan de la caricatura de ella cagada a palos? En mi cabeza explota el archivo de voceros del odio que a diario piden el encarcelamiento, el fusilamiento, la anulación de la hoy vicepresidenta, por considerarla el origen de todo mal argentino. Ayer, todos esos discursos y afectos se hicieron carne en un acontecimiento que nos puso los pelos de punta.
Es algo ya común en Cristina Fernández de Kirchner: cualquier cosa que haga genera revuelo en redes (no dejemos ir el “momento Rapa Nui”). Pero si scrolleamos un rato, a grandes rasgos, encontramos tres reacciones: una sensación general de repudio por parte de figuras mediáticas y políticas, unos cuántos extremistas lamentando que el arma no se haya disparado, y aquéllxs que no van a ir tan lejos, pero que sostienen que el atentado “está armadísimo”. Lo que me llama la atención es que, independientemente de lo que pudimos leer hoy en la vorágine virtual, la sensación generalizada de repudio por parte de figuras públicas habla de que el arma en la cabeza de Cristina presenta un límite que la sociedad argentina no parece dispuesta a tolerar.
¿Y por qué, si a fin de cuentas, parecía que la odiaban tanto, hoy nos une el repudio? Porque en el atentado contra la vicepresidenta no se pone en juego solamente la seguridad de Cristina Fernández de Kirchner. Se pone en juego un ideal de sociedad antidemocrático. De ahí el rechazo generalizado.
Nuestro país sorprende una y otra vez: a pesar del 70% de inflación interanual, a pesar de las economías domésticas destruidas, a pesar de ser casi una colonia del FMI, a pesar de ver nuestros salarios pulverizados, ayer se tensionaron los límites de lo visible y lo enunciable. Por más de que haya excepciones, el clima general de repudio por lo sucedido habla de que se tocó una fibra íntima donde la guerra permanente cesa el fuego, y quizás exista algo así como una enunciación colectiva: “con la democracia no se jode”
Guerra fría civil
Una teoría clásica sostiene que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. En la década de los 70, el filósofo argentino León Rozitchner invirtió la fórmula: para él, la política era la continuación de la guerra por otros medios (para Foucault también, pero podemos prescindir de los franceses por un rato). Rozitchner entendía que el tejido social siempre iba a tener un carácter polémico, belicoso. Argentina demuestra, una y otra vez, lo acertada que está su hipótesi
Nuestro país atraviesa hace años una situación de “guerra fría civil”. Pero no nos creamos tan originales: el mundo entero sostiene un clima de polarización extrema que no consigue elaborar. La acumulación desquiciante de capital que estamos viviendo en convivencia con el saldo de crisis que dejó la pandemia, y la falta de un modelo alternativo, que lleva a que cualquier vía que no sea libertad total de mercado sea tachada como “comunismo”, está generando una sociedad trastornada, sin capacidades lingüísticas ni intelectuales para enunciar lo que nos pasa.
Esta “guerra fría civil” se mete con nuestros bolsillos, nuestra salud física y mental. Estamos hartxs, pero no por un arma en la cabeza de una vicepresidenta. Ya estábamos hartxs de antes, porque la guita no alcanza, porque no se llega a fin de mes, porque todos nuestros esfuerzos se devalúan, y porque en el arco político no hay un mínimo consenso para revertir la situación.
La ineficiencia y desunión del gobierno generó una fuerte desesperanza en lo que podemos llamar, grosso modo, la cultura argentina de izquierda. Y de pronto, la ofensiva de derecha por medio del poder judicial contra la figura de la vicepresidenta unificó lo que parecía desunido a interior del peronismo.
Hoy, el atentado juntó lo que realmente parecía imposible de aproximar: tanto oficialismo como gran parte de la oposición repudian el hecho, por lesionar las bases democráticas de una sociedad. El periodista de ultraderecha Baby Etchecopar, diciendo que “no se puede hacer un Boca-River con esto” merece una mención aparte. En efecto, lo decible y lo enunciable se tensionaron a modos impensables hasta ayer.
No nos toca ser utópicos. El fuego no cesó. La última vez que hubo un armisticio en Argentina fue a comienzo de la pandemia, y duró unas pocas semanas. Pero encontramos un límite a la guerra fría civil argentina: el atentado a la representante política fue entendido como un atentado contra la democracia en sí. Podemos lidiar con la grieta. Lo que no podemos, afortunadamente, es quitar la parte “fría” de la guerra, que excluye las armas de la fórmula. Por lo pronto, la guerra será fría, o no será.
Una figura, dos cuerpos.
Ayer, cuando vi la imagen en mi teléfono se me atolondraron ideas y palabras en la boca. Escribo en el calor del acontecimiento, sin los sedimentos de un pensamiento demorado. Me pregunto una y otra vez: ¿Cómo llegamos a esta situación? ¿Y cómo es posible que se haya dado este pequeño armisticio? ¿Cómo es que figuras como Mauricio Macri o Rodriguez Larreta salgan también a repudiar el hecho? ¿No era que estábamos en guerra?
En la filosofía y metafísica política medieval, hay una teoría de casi un milenio de antigüedad que suele conocerse como “los dos cuerpos del rey”. Fue desarrollada para explicar por qué, a pesar de que los reyes murieran, las monarquías permanecieran en el tiempo. El Rey tenía, en efecto, “dos cuerpos”: el mortal, que puede perecer, y el inmortal, que manifiesta el ideal de su gobierno, y que se sostiene a través del tiempo. Si esto suena a pensamiento mágico, tengo una noticia para darles: la política, normalmente, tiene más que ver con magia que con lógica.
No es forzar mucho las cosas decir que sucede algo muy parecido entre las democracias hoy en día, y los reyes medievales: los funcionarios cambian, las gestiones se retiran y dejan lugar a sus adversarios, pero las instituciones permanecen. Por todo eso es que el atentado contra la integridad de Cristina Fernández de Kirchner, en el marco de la teoría de los dos cuerpos, es un atentado contra la democracia en sí.
A modo de espejo, el ensañamiento con el cadáver de Evita por parte de los militares de “la libertadora” hace más de medio siglo replica la fórmula. Torturar un cadáver es, además de un ataque a un individuo, un intento de lesionar una idea. En ese caso, se trató de abrir heridas en la posibilidad de que existieran gobiernos populares y democráticos que bregaran por la redistribución y la justicia social. No hubo problemas en asesinar, o en torturar el cadáver de Eva Perón, porque justamente quienes lo hicieron no compartían las bases democráticas del gobierno peronista.
Leamos la reacción lamentable de la presidenta de Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich. Se mostró molesta porque el presidente Alberto Fernández hacía un “uso político” del acontecimiento. El diputado Martín Tetaz sostuvo que no se trató de un caso de “violencia política”. Creo que es insólito que exista una postura que siquiera considere decible que lo ocurrido esta madrugada no es político.
Seamos holísticos: todo asesinato es político. Si alguien decide tomar la vida de otrx, tendrá que vérselas con las reglas específicas de su comunidad para lidiar con eso. Ahora bien, si restringimos un poco más al caso de Cristina, podemos decir que todo femicidio es político. Los cuerpos masculinos han eliminado vidas de cuerpos femeninos históricamente, porque su educación política y afectiva les enseña que así pueden hacerlo. Pero más específicamente, cualquier intento de magnicidio no puede sino ser político, porque en su ejecución se atropella la decisión y el voto de millones de personas que colocaron por su voluntad a una persona en determinado cargo.
Asimismo, es fundamental destacar que el cuerpo de Cristina tiene su peso específico. En ella se juegan banderas peronistas, feministas, socialistas, de la diversidad sexual y de género, de la cultura y del arte. No hay facción de la cultura de izquierda que permanezca indiferente a ella. Y evidentemente, del arco político de derecha tampoco.
El repudio generalizado se comprende por los dos cuerpos de Cristina. Anular su cuerpo individual es el sueño de muchxs ciudadanos y políticxs, especialmente del arco de la derecha argentina. Pero eliminar su cuerpo político, en tanto investida como vicepresidenta, implica anular el funcionamiento de la democracia y las instituciones. Y nuestro país, a pesar de todas sus fallas y desaciertos, a pesar de toda nuestra tragedia compartida, no parece dispuesto a aceptarlo.
Por José Ignacio Scasserra
Ilu: Bianca Montelpare