Desertoras: la adaptación teatral de Las aventuras de la China Iron

Lo más importante que pasa le pasa a la semilla, sucede sordo y a ciegas.

Gabriela Cabezón Cámara, Las Aventuras de la China Iron.

Primero lo primero: esta obra es indispensable. Sin dudas de lo mejor y más conmovedor que vi en el año, algo que le recomendaría sencillamente a todo el mundo. Desertoras ocurre bajo la excelente dirección de Violeta Marquís, y adapta la primera mitad de la novela de Gabriela Cabezón Cámara, Las aventuras de la China Iron. Renueva cartelera durante el mes de octubre en Teatro Nün, los jueves a las 21 hs, y de verdad no se la pueden perder.

Cruzando por el medio de la pampa polvorienta avanza una carreta donde viajan dos mujeres. Una de ellas es Liz, una inglesa que recorre la argentina en busca de la hacienda que su esposo le encomendó administrar. A pesar de que comienza su viaje sola, valiente y con la escopeta en mano, su español entrecortado y el desconocimiento de las tierras le demandan una compañía local. Por eso viaja con la China, una mujer que antes de subirse a esa carreta no tenía nombre, pero sí dueño: se trata de la esposa –aunque en ese entonces fuera una niña– entregada a Martín Fierro en una apuesta. Sí: ese Martín Fierro.

La China y Liz son dos polos opuestos. Vienen de culturas diferentes, hablan en distintos idiomas, visten, comen y beben cosas que la otra jamás conoció. Sin embargo, desde su primer encuentro esa distancia no hace más que acortarse. Sorteando los peligros del árido paisaje pampeano, la China acepta todo lo que Liz tiene para ofrecerle: prueba el té en una taza de porcelana, viste telas brillantes, come scons, y por primera vez recibe un nombre. Liz, por su parte, aprende a cazar aves de rapiña, a hacer un mate como si viniera de la tapera y a diferenciar los matices de la pampa que en un principio creía monótona.

Sin embargo, su acercamiento va mucho más allá de lo intercultural. Bajo los cielos cambiantes y amenazantes de estas tierras, Liz y la China encuentran, en su carreta, un espacio para la suavidad y el goce. Entre las telas finas y los galopes a punta de escopeta, se hallan los atardeceres nostálgicos y las noches silenciosas que las acercarán, lentamente, hasta que su deseo sea incontenible. Esta es una historia de amor en la pampa del siglo XIX, entre dos mujeres que encuentran, una en la otra, un refugio lejos de los mandatos de sus vidas cotidianas. En la carreta hay lugar para el tacto sensible, la risa, el amor y la profundidad. A pesar de provenir de orígenes opuestos, con absoluta fascinación y entrega Liz y la China se entienden, se protegen y se acompañan.

La obra, como la novela de Cabezón Cámara, desafía el canon de la literatura fundacional por excelencia, que es el poema narrativo de José Hernández sobre el gaucho Martín Fierro. Lejos de detenerse en las nimiedades de ese relato, lo toma simplemente como punto de partida. Todo lo que construye desde ahí es un universo tanto propio como apropiado, una invitación a repensar las posibilidades de una China sin hijos, pero con una inglesa que la retrata y la bautiza bajo el sol ardiente de La Pampa. En este relato la China se escribe con mayúscula, se desprende del rol secundario de la historia de Fierro para tomar, literalmente, las riendas de su destino.

De la puesta en escena solo se pueden decir cosas increíbles, especialmente por el aprovechamiento de los recursos y la revalorización histórica y política que demanda este relato. Con un elenco compuesto íntegramente por mujeres, la atmósfera adquiere un tinte tan fresco como íntimo. Por momentos el relato nos llega mediado por la Narradora, un personaje versátil y enérgico, capaz de construir en su narración los escenarios que se atisban en la escenografía minimalista y constante. Esta interpretación, con una tarea difícil de lograr –que el espectador no se quede en el artificio–, fluye con una naturalidad asombrosa. A su vez, la guitarrista en vivo interpreta con habilidad los diferentes momentos de la obra, otorgándole matices e intensidad a cada uno de ellos.

El manejo de las luces evoca los diferentes momentos del día en la pampa. Con sutileza, incluso en los “montajes” más acelerados, complementa perfectamente a la acción que transcurre en la verdadera protagonista de esta historia: la carreta. Este espacio íntimo e itinerante que comparten Liz y la China, aunque permanezca aparentemente quieto para los ojos del espectador, se configura como un horizonte de posibilidades infinitas. Es el hogar en todas partes, el punto de partida de todo lo demás. En esta escenografía minimalista se desarrolla un relato que no requiere de producciones costosas para funcionar: en sus sutilezas, en sus actuaciones fascinantes y en el cuidado que hay en cada detalle, el relato permea en los espectadores como si fuera algo tangible. De alguna forma, lo que ocurre en Desertoras se habita, conmueve y sensibiliza.

A esta altura, quizás esté de más decir que las actrices que interpretan a Liz y a la China son excelentes. Con una química impresionante, logran evocar una historia oculta e irreverente para nuestra cultura literaria: la de las mujeres, su deseo y su goce. Y lo hacen con una firmeza y una ternura que no nos permite dudar, como espectadores, de la necesidad de este relato, de la imperiosa sed de esta historia que ni siquiera sabíamos que teníamos.

Desertoras en una obra breve. Plantea una dicotomía exquisita, entre lo compacto de su puesta en escena y los múltiples universos que abre desde el momento en el que suena la primera nota de la guitarra. Sé que me hubiera gustado acompañar a Liz y a la China en sus aventuras hasta el final de la pampa. Sin embargo, salí de la sala de teatro con la certeza de que, si algo viene a hacer esta obra, es a abrir sentidos, y no a cerrarlos.

Recomiendo Desertoras a cualquier persona que desee entrar en contacto con un mundo íntimo, divertido y cálido, donde las peripecias de la pampa y el amor se entrelazan para mostrarnos un relato a contracorriente y único, imposible de olvidar.

Por Zoe Ledesma

Ficha técnico-artística:

Actúan: Nicole Kaplan, Camila Tamagnone Betbeder, Catalina Telerman, Sol Zaragozi

Vestuario: Maricel Aguirre

Escenografía: Maricel Aguirre

Iluminación: Augusto Sanguinetti

Música original: Catalina Telerman

Colaboración artística: Martina Coraita

Dirección: Violeta Marquis