Por Lala Sosa
La Scaloneta juega al tarot, casi sin darse cuenta. Le piden respuestas a las cartas y encuentran un significado que los alienta y entusiasma. A Messi le sale el cinco de copas, lo toma como una buena señal: por las cuatro que perdió, esta vez la suerte está en la quinta.
En el tarot el cinco de copas tiene la figura de un hombre con una capa negra, mirando con tristeza hacia tres copas caídas. A su espalda, dos copas todavía se mantienen de pie. Algunas interpretaciones dicen que es la carta del duelo, del que mira aquello que perdió, pero también trae un mensaje esperanzador: detrás él no todo está completamente perdido.
Cuando vi a Messi levantando la copa con el bisht encima, esa capa negra con la que lo vistieron las autoridades de Qatar, apareció frente a mí el hombre con capa del tarot. Ahí estaba él, con sus tres copas de frente, dejando atrás las dos que tantos años le dolieron a la selección.
Como nunca antes, este mundial destapó la fe y la creencia popular que encontró la imagen de Maradona besando la copa en una nube, mientras le prendía velas al Gauchito, le cantaba Gilda o hacía promesas a cualquier santo para ayudar a “La Scaloneta” a alcanzar la gloria.
Pero, sin dudas, lo más fabuloso de esta salida del closet de la fe fue el grupo de brujas federales “ La brujineta”, que llegó a ser nota del New York Times. Sus recomendaciones circulaban en redes: “no recomendamos congelar a Francia ya que sus jugadores están protegidos por entidades oscuras”, “ tengan sexo pensando en los goles de Argentina” o “les curamos la insolación en masa”. Las frases esotéricas de estas y otras cuentas abundaban en las historias y en los feeds.
Pero esta creencia popular en la magia, que hoy es accesible a todo el mundo, durante mucho tiempo tuvo que ser tratada en secreto por miedo a terminar en la hoguera.
Hoy, el conocimiento parece haberse vuelto más accesible, pero también corre el riesgo de convertirse en algo superficial, lavado de toda la sangre y las cenizas de los cuerpos que lucharon por sostenerlo. Por eso, es necesario detenerse a recordar de dónde viene la asociación de las brujas con el poder, que dista mucho de la asociación mítica y comercialmente atractiva que transformó a las víctimas del genocidio más grande de mujeres en todo el mundo en figuritas para adornar nuestras casas.
Del paganismo al merchandising
Primero el incienso, después la vela. Los productos para sahumar mi casa los compro a unas cuadras, en el Barrio Chino. No tengo que dar explicaciones, ni a quien me vende lo que en breve será una ofrenda a una diosa Orishá, ni a quienes convivo, que me ven hablarle al aire y pedirle cualquier cosa al universo, desde la copa del mundo hasta la voluntad para escribir este texto.
Cosas de bruja, respondo a la aparición de cualquier mirada de extrañeza, mientras la vela se consume en un plato en el piso de la casa. Y mi compañero acepta, silencioso, ese pacto. No me cuestiona si soy o no una bruja, si eso que hago en el mismo lugar donde a la noche cenamos fideos con tuco es brujería o una moda que me ayuda a sobrevivir. Lo vive como un hecho natural.
Lo que en algún momento conocimos como brujería, para muchxs de nosotrxs, hoy es un hábito cotidiano, no muy distinto a mirarse al espejo y acomodarse la cara para habitar las horas por vivir. Pero, esta naturalidad con la que el lenguaje esotérico ingresó en nuestras costumbres sociales es relativamente nueva. Hoy, en un grupo de amigas, hay más de una que tira las cartas, persigue a los astros, espanta energías oscuras con el humo de un sahumerio, o cura el dolor de cabeza con un té de hierbas, como si ese lenguaje hubiera existido entre nosotras siempre. Y en parte es verdad, llevamos cientos (¿miles?) de años practicando formas anormales de habitar el mundo, pero en los últimos años se destapó el caldero y a ninguna pareciera temblarle la voz para pasar su receta de formas de supervivencia.
El miedo a la hoguera se apaga. Pareciéramos no temer compartir nuestros saberes, como si la transmisión de ese conocimiento que se daba a escondidas del inquisidor, en secreto, se hubiera vuelto democrático y de fácil acceso.
Pero si investigamos quiénes fueron esas brujas de las cuales creemos haber heredado la sabiduría y el poder, tal vez nos encontremos con que estamos más cerca de prender el fuego de la hoguera que el del caldero.
Las brujas y el poder
A lo largo de la historia, las brujas fueron asociadas al poder de forma secreta y misteriosa. Desde las pitonisas del Oráculo de Delfos, consultado por reyes y políticos, a Marie Anne Lenormand: la cartomante a quien Napoleón mantuvo con vida por predecir los triunfos de las tropas francesas. En la Argentina también se asocia la brujería con la política: hay rumores que dicen que el cuerpo de Eva Perón fue trabajado con magia negra mientras estuvo en manos de sus captores; Macri pidió una limpieza energética en la Rosada, Menem consultaba a la tarotista Blanca Curi, de la Rúa a la astróloga Mabel Iam, Duhalde a la vidente Herminda Pifarre y la lista continúa.
Pero el período que más registro deja del vínculo entre la brujería y el poder político es el de La Inquisición, donde las mujeres eran temidas por su adoración al demonio y su poder para convertir a un hombre en sapo. No es por eso que fueron castigadas, y su poder no recae en sus artilugios mágicos, sino en la rebeldía con la que se pararon frente al avance de lo que hoy conocemos como capitalismo. Esta persecución a lxs herejes, que terminó en un genocidio de casi un millón de personas (en su mayoría mujeres), no se justificó en el temor a los poderes mágicos. Más bien detectó a las rebeldes, las desobedientes, las ingobernables, las indomables, a las que poco a poco se les iba quitando el limitado poder que habían alcanzado hasta ese momento
Si bien las luchas feministas toman esa figura de bruja medieval aguerrida que defiende su autonomía, también existen otras formas de percibir a la bruja con cierta liviandad, como si su arquetipo solo fuera tomado desde la fantasía esotérica más que desde las portadoras de un conocimiento que se mantuvo por fuera de la vigilancia violenta del patriarca.
Entonces, mientras enciendo otra vela por Messi, el Dibu y la Scaloneta toda, y miro la cera chorreando sobre el plato, me pregunto si no caímos en la trampa capitalista, si aquellos rituales que daban forma a lo sagrado de la experiencia humana hoy se volvieron parte de un producto más de consumo, como una inyección de bótox, o un descuento en una tienda de ropas.
La bruja
Hoy somos todas brujas. El arquetipo es difícil de caracterizar porque en él se mezclan dos aspectos que están íntimamente ligados, pero que el tiempo y la memoria separaron: el esoterismo y la política.
En los relatos clásicos, como los cuentos infantiles, las brujas son viejas, feas y malvadas, seres despreciables que por lo general viven en las afueras del pueblo y atacan a lxs niñxs. En las películas y programas de televisión más actuales nos dieron a brujas sensuales y voluptuosas, que con sus atributos físicos engañan y someten a los hombres a sus deseos.
¿Y qué tiene eso que ver con las brujas de la Inquisición? Mucho.
La Inquisición dejó sus memorias en el Malleus Maleficarum (Martillo de las brujas). Este libro es un registro minucioso de cómo había que descubrir, enjuiciar y condenar a las brujas, pero además describía cómo eran las condenadas y cuáles eras las causas de sus condenas; que podían ser desde tener una mancha en la piel, convivir con un gato o simplemente hablar demasiado fuerte. Es la primera vez en la historia que aparecen integrados en un mismo texto el origen del mal, sus manifestaciones y la criminalística como método para descubrirlo en la práctica.
En Calibán y la bruja, Silvia Federici adjudica el cambio de objetivo de la persecución herética que se enfocó directamente en las mujeres, a los cambios sociales que se produjeron en Europa después de que un tercio de la población desapareciera a causa de la peste negra.
Es a partir de ese momento que las prácticas reproductivas y los aspectos sexuales de las mujeres y de lxs herejes empiezan a cobrar importancia, y se vuelven motivo de persecución. Antes de la peste negra, las mujeres podían controlar su función reproductiva: utilizaban métodos anticonceptivos y practicaban abortos. Fueron precisamente estas prácticas que permitían que las mujeres pudieran tener sexo sin quedar embarazadas, las primeras en ser acusadas por poner en riesgo a la sociedad.
“Las cosas, no obstante, cambiaron drásticamente tan pronto como el control de las mujeres sobre la reproducción comenzó a ser percibido como una amenaza a la estabilidad económica y social”, señala Federici.
Para controlar y poner orden ante estos cambios sociales, se utilizó a la familia como un elemento de orden, a quienes las mujeres, ayudadas por el propio Satanás, estaban poniendo en riesgo.
Eran ellas, las débiles, las siempre necesitadas de un amo, las que caían ante las promesas de poder que el diablo les otorgaba a cambio de que dejaran de lado los valores éticos y morales que su otros amos, Dios, sus padres, sus maridos, sus hermanos, sus gobernantes, les habían enseñado.
Ellas se convirtieron en el vicio que arrastraba a la humanidad a un “desmadre” y arruinaba la construcción del género mujer que la Iglesia se encargó de reforzar.
Las comadronas o las curanderas que ayudaran a una embarazada a realizarse un aborto, estaban cometiendo un pecado. Las que quisieran tener sexo y no quedar embarazadas, estaban cometiendo un pecado. Las que insuflaran, con su cuerpo voluptuoso, el deseo del hombre, estaban cometiendo un pecado.
No cualquier pecado, sino uno de los más temibles: estar contra la voluntad de Dios. Por eso mismo se las llamaba brujas, porque solo una mujer poseída por el demonio podía desear algo por fuera de la ley divina.
Además de su autonomía en la reproducción, estas mujeres se manifestaron en contra del avance del saqueo de las tierras en las que vivían, que las dejaba, además de sin vivienda, sin posibilidad de trabajo. Las brujas se resistieron al avance de la ideología primitiva del cristianismo, pero también al avance de un estado que buscaba controlarlas y reducirlas a la servidumbre.
Es necesario volver a la historia de la caza de brujas para entender qué lugar le asignamos a esa palabra que hoy se convirtió en el hashtag más exitoso del mercado.
No es una cuestión moral, sino política.
Tal vez compartir estos saberes ante los ojos de todo el mundo es un acto de rebeldía, una forma de decir que no somos las jabrus que preparan la comida o cuidan de los pibes mientras los maridos se juntan con los amigos a mirar el mundial, que también formamos parte de la pasión por el fútbol, que podemos ser algo más que “la linda tarada que no caza un fulbo”.
Pero cada vez que usemos la palabra bruja vale recordar que la Inquisición existió, no es un relato o un cuento infantil. Fue un asesinato en masa que, en vez de encontrar espacios para la memoria y la reflexión, se convirtió en un objeto mercantilista y de entretenimiento.
Habrá que sentarse frente al humo del incienso y ver caer las cenizas, para recordar las brasas que se llevaron a nuestras ancestras y preguntarse: ¿Y si fuéramos las nietas de las que sí quemaron?, ¿qué pensarían ellas de nosotras?
Por Lala Sosa www.instagram.com/l.a.l.a.s.o.s.a/
Ilustración: @lavandina2d