Pero no se nace perra, se llega a serlo
Itziar Ziga.
El trabajo sexual -entendiendo como trabajo la venta del tiempo-, se fue diversificando y ampliando con el ingreso de nuevas tecnologías. Esto supuso una toma de poder por parte de lxs trabajadorxs, quienes históricamente no tuvieron dominio sobre su cuerpo, ni sobre la forma de ejercer su trabajo (en parte por ser uno de los trabajos peores vistos, y, por tanto, controlados), y que ahora pueden decidir (pero no siempre) cómo monetizar su capital erótico. Todo este reapoderamiento del propio cuerpo que trabaja debería estar acompañado de mayores derechos, pero el trabajo sexual sigue siendo marginado y relegado a la clandestinidad.
Era tecnológica y capitalista
La brecha que abrió la era tecnológica llevó a nuevas discusiones y también puso en evidencia la histórica falta de derechos, la criminalización de la venta del cuerpo de la mujer, en un intento de sacralizarla como portadora del futuro ejército de reserva. La realidad es que todxs vendemos nuestro cuerpo, en fragmentos y hasta a veces sin remuneración. El hecho de que el trabajo sexual comenzara a ampliarse en cantidad de trabajadorxs, en plataformas y formas de ejercicio trajo una nueva ola de cuestionamientos que ya estaban ahí latiendo: se evidenció una situación laboral precaria y abandonada por la ley. Este momento coincide con un crecimiento de la conciencia feminista, lo cual generó también una contraposición: abolicionismo o regulacionismo.
Silvia Federici, una de las teóricas más reconocidas del feminismo anticapitalista, desarrolla: hay un gran peligro en el abolicionismo, ya que propone que la idea de la venta del sexo es degradante, olvidando de esta forma que vendemos tantas partes de nosotrxs. Se pregunta entonces: ¿por qué es mejor vender tu cerebro? La construcción del abolicionismo en esta sociedad es limitada y clasista, expone una correctitud y un moralismo impuesto de las formas del ser.
El trabajo sexual es trabajo y desde aqui parte este escrito.
La prostitución o el trabajo sexual es una forma de explotación pero no es la única y no necesariamente es la peor.
Yo no creo que el feminismo deba ser un movimiento para decirle a la mujer cual forma de explotación vamos a elegir. El feminismo debe luchar para ampliar las posibilidades reales que tenemos así no nos debemos someter a ninguna forma de prostitución de todo tipo, ampliar posibilidades reales para rechazar cualquier forma de explotación. Dicho esto, compañeras seamos honestas, porque si somos honestas vamos a ver qué siempre en la historia del capitalismo como mujeres hemos tenido más dificultad de acceso a la propiedad, al salario, a la ganancia, siempre estuvimos dependiendo de hombres. Siempre debimos vender nuestro cuerpo sobre todo en el matrimonio. El trabajo sexual, la venta del cuerpo ha sido parte estructural de la posición de la mujer de la sociedad capitalista.
Silvia Federici.
Entonces, si todo trabajo sexual es trabajo ¿por qué sigue existiendo tanta resistencia a aceptarlo como tal? ¿Por qué sigue llevando a la marginalización social? ¿Por qué se nos impone la idea de que hay trabajos correctos? Lo que se puede observar es cómo operan los sistemas de control. ¿Quién regula lo correcto e incorrecto? ¿Por qué lo aceptamos? ¿Por qué quienes no cumplen son designadxs como desviadxs y marginadxs?
Mira cómo iba vestida
El Sindicato de Trabajadoras Sexuales Argentinas (AMMAR) clarifica: “La criminalización del trabajo sexual ha sido una estrategia política que evidencia: por una parte al Estado y las Administraciones públicas en la ampliación de la intervención y el control sobre lxs personxs, orientando conductas y conduciendo sexualidades; y por otro, sirve de sucedáneo de una peligrosa y más directa criminalización y vulneración de los derechos humanos de las mujeres trabajadoras sexuales, que trae aparejado la discriminación y el estigma social”.
Que el trabajo sexual siga siendo ilegal y clandestino deja ver que quienes lo controlan no son quienes lo practican. Como dice Itziar Ziga, “son muy morbosos los guardianes de la moral y las buenas costumbres”. En esta ilegalidad hay un ser que es cuestionado y por ello puede ser castigado. No despenalizar el trabajo sexual nos convierte en una sociedad que quiere tener un control (hacer un recorte) sobre esos cuerpos. La marginación es una de las formas con las que operan los micropoderes que circulan en el orden social para establecer parámetros sociales “correctos”.
Las consecuencias legales y morales del trabajo sexual permiten que siga perpetuándose la figura “clásica” de la prostituta. Legalizarlo exige incluir a la prostituta dentro de una sociedad en donde ella y su trabajo valen. Legalizar el trabajo sexual supone una imposición de reglas limitantes, no tanto para quien lo ejerce, sino para quien hace uso de sus servicios.
La verdadera pregunta sería ¿por qué un sistema que sigue teniendo en sus bases un orden machista y patriarcal querría legalizar el trabajo sexual y perder con ello su propio poder sobre los cuerpos? En simples palabras: que el trabajo sexual sea clandestino funciona y sirve a un sistema cuya estructura no pretende modificarse.
La resistencia del sistema radica en la puesta en funcionamiento de las condiciones sociales de producción, que llevan a crear formas de legitimación del poder. Se da la oposición prohibido-permitido, que determina y señala temas tabú. Es tabú que se quiera cobrar por un intercambio que involucra al cuerpo, nuestro propio cuerpo, como si este no nos perteneciera y no tuviéramos autonomía sobre él. Están a la vista y, a su vez, muy escondidos los dueños de la moral, que quieren adjudicarse todos los privilegios con sus condenas y prohibiciones, impuestos por la fuerza del orden institucional.
Cuando volvía caminando a la zona de trabajo donde estaban mis compañeras, vi pasar uno de tantos coches de policía que patrullaban por la zona para hacer controles de alcoholemia y pedirnos la documentación a nosotras constantemente, y les dije lo que me había pasado, que me habían violado y que quería poner una denuncia. Me contestaron que si no hiciera de puta estas cosas no me pasarían, que mira cómo iba vestida.
Esta es la respuesta que yo recibí de un cuerpo de autoridad y es lo que de verdad me indigna, que una estructura social jurídica me diga esto.
Itziar Ziga
Siempre con las putas nunca con la yuta
No es novedoso escuchar que la policía no te cuida, pero qué sucede con aquellos sujetos que desde un principio “coimean”, ningunean, vuelven objetos y marginan. Podríamos hablar de las putas como también de muchísimxs marginadxs por la institución que debería cuidarlxs.
Ellxs son el peligro, son los que sostienen el miedo y lo imponen, lo acompañan muy de cerca con vigilancia y castigo. Dichos poderes se encuentran en constante desplazamiento, no hay un poder único que legitime estas formas, sino que son varios los que operan echando culpas a quienes son ensuciadxs por este sistema, violentadxs por una institución que crea sociedades de vigilancia como métodos correctos. La correctitud que dice que algunxs estamos en el extravío, que estamos siendo incorrectxs, que corrompemos sus bellas costumbres.
A partir de la modernidad se constituye la noción de sujeto y la de un objeto al cual puedo conocer y por lo tanto dominar y transformar. Esta es la relación dentro de la ciencia moderna de una naturaleza a ser conocida y dominada, y un sujeto todopoderoso capaz de hacer con el mundo lo que quiera (de ahí la idea de progreso que acompaña esta época). Pero esta noción tiene grandes implicancias ya que el sujeto poseedor del conocimiento y poder es un tipo de sujeto determinado: el hombre blanco, europeo, heterosexual.
Retomando a Federici con su idea del cuerpo fragmentado, podemos observar que dicho recorte lleva a pensar que hay partes vendibles y que pueden ser ofrecidas obteniendo un pago, un producto o servicio que puede ser facturado, y hay otras partes que deben solamente entregarse gratis, su venta entonces significa la irrupción del supuesto cuerpo sagrado, ¿y por qué son sagrados sólo sus genitales?
La prostitución es un espejo fundamental para todas las mujeres del mundo. (María Galindo).
Vigilan a los cuerpos marginadxs de forma casi omnipresente, invisible, que arrastra consecuencias palpables. No se sabe quién observa, cuándo y cómo. Es una vigilancia que controla e inspecciona queriendo encontrar a aquellos que no cumplen con los procedimientos de la normalización, quieren ejercer sanciones, asegurar su poder y por ello castigan.
El trabajo sexual es trabajo y no entenderlo como tal es caer en la manipulación organizada de este sistema: una fábrica de cuerpos sometidos con sociedades individualizadas, “se busca disciplinar a la sociedad mediante diferentes estrategias de control y vigilancia social que tienen como razón principal el mantenimiento del orden público y, por tanto, de la dominación del propio Estado” (Foucault). Lo que crean son biopolíticas que ponen en funcionamiento la respuesta a “qué vidas importan”.
2 de junio Día Internacional de lxs Trabajadorxs Sexuales.