Entrevista a la filósofa Silvana Vignale: “El animalismo supone una ética que no es la inclusión del/a otrx por asimilación o sometimiento”


Hacia fines de 2021 se editó “Filosofía profana. Hacia un pensamiento de lo no humano” un libro de la filósofa Silvana Vignale (Mendoza, 1978). La clave que atraviesa el texto está
dada en el título: profanar. Atreverse a pensar fuera de los rieles de la academia, disputarle
a la “sacralidad” de la institución filosófica el ejercicio de la filosofía e ir mucho más allá:
hacia una filosofía no humana, que apuesta a la vida, al devenir y al atravesamiento de los
afectos: “Nuestra tarea política es volvernos otros de los que somos”, propone Vignale.
En la solapa de su libro insiste en mencionar que “el encuentro con los gatos, la lluvia y el
mismo Nietzsche, forma parte de su curriculum profano”. En el prólogo, el filósofo Diego
Singer observa que la autora propone “abrir nuevas derivas y conectar con experiencias en
torno a lo animal vedadas por el humanismo”.
En esta entrevista dialogamos con Silvana Vignale sobre algunas de las preguntas que nos
provoca su libro, riguroso y a la vez de una claridad generosa, que sensibiliza desde los
imaginarios del rock, la literatura y las imágenes de las bocas que gritan desde las tapas de
la revista “La garganta poderosa”, entre otros recursos a los que apela para reflexionar.
Hablamos también sobre el hacer filosófico que históricamente invisibiliza no sólo a las
mujeres, sino a “la posibilidad de una ética a favor de la vida, de lo desemejante”, como
señala la autora; sobre las violencias derivadas de los modelos hegemónicos de femineidad
y masculinidad; sobre la pandemia, la forma en que nos interpela y la necesidad de
escuchar atentamente esta experiencia que aún transitamos.

En tu libro observás, suscribiendo a Paul Preciado, que el feminismo no es un humanismo
sino un animalismo, en la medida en que no responde a un modelo antropocéntrico. ¿A
qué te parece debería estar atenta la militancia feminista, para no reproducir los
aspectos críticos de la concepción humanista?

-No estoy muy segura de decirle a la militancia feminista a qué estar atenta. Pero
empecemos por el principio. Cuando Preciado dice que el feminismo no es un humanismo,
claramente alude a la defensa de Sartre respecto de una serie de reproches que se le
hacían al existencialismo, a mediados del siglo pasado. Frente a ellos, Sartre dio una
conferencia titulada “El existencialismo es un humanismo”, en la que argumenta por qué
las existencias preceden a las esencias –algo interesante como contrapeso a la tradición
metafísica–, pero donde podemos ver cómo aún opera en su discurso el ideal del
“hombre”, responsable de lo que es, donde existe la posibilidad de elegir ser un hombre, y
con ello, elegir la humanidad como proyecto.
Cuando Preciado dice que el feminismo no es un humanismo, y por eso lo suscribimos,
diferencia al feminismo de todo aquello que seguimos nombrando como “humano” –con
una valoración positiva–, cuando en realidad esa denominación enmascara la violencia y
el sometimiento de sí mismxs, de otros vivientes y de la naturaleza
(un capítulo aparte
merecería el tema de la “responsabilidad por nosotrxs mismxs”, del que se puede recorrer
una genealogía hasta llegar al vector subjetivante del neoliberalismo en la fábrica de lxs
sujetos endeudadxs).

En nuestro libro abordamos el olvido por parte de la filosofía de la mirada animal, y
buscamos desenmascarar ese ideal de lo humano, para mostrar cómo la figura del hombre
se constituye mediante la separación y gobierno de la racionalidad por sobre lo corpóreo
–el alma como cárcel del cuerpo–, pero también a partir del sometimiento y violencia de
lxs que no son reconocidxs como semejantes.
Preciado sintetiza parte de esta crítica al
decir que el feminismo no es un humanismo, sino un animalismo, en la medida en que el
humanismo nos ofrece un cuerpo soberano, blanco, heterosexual, sano –de raíces
coloniales y patriarcales–. Esclavos, mujeres, animales –todxs quienes no son reconocidxs
como personas y propietarios– se encuentran excluidxs –yo diría afortunadamente, quizá–
de ese ideal humano. Ese animalismo supondría otra ética, y no la inclusión del/a otrx por
asimilación o sometimiento. Nos coloca frente a la pregunta ¿cómo vivir en el mundo?, si
entendemos que no somos soberanxs ni de nuestros cuerpos, ni de los otros vivientes, ni
de la naturaleza en términos más generales.
Respecto a qué debería estar atenta la militancia feminista para no reproducir al
humanismo, siento que no puedo dar una respuesta. Por una parte, caeríamos en la misma
división que hacía Sartre entre la teoría y la praxis, donde hay quienes son portavoces de
las masas, o peor aún, legislan sobre luchas que son colectivas, y pretenden esbozar hacia
dónde deben dirigirse o sobre qué hay que prevenirse. Es un asunto que debiéramos
superar: no hay quienes piensan y quienes militan –la cicatriz que nos divide por géneros y
especies, también reproduce esta ilusión de que el pensamiento y la acción son cosas
separadas–. La misma escritura es una praxis, y en todo caso nuestras luchas y nuestra
manera de pensar un nuevo mundo forman una cinta de Moebius.
Es el momento de asumir que las ciencias humanas y sociales no solamente están
interpretando la realidad, sino interviniendo en ella, a la manera del principio de
incertidumbre de la física: nuestra observación y nuestra interpretación no es neutral y
objetiva, sino que crea mundos posibles, en diálogo con las luchas políticas. En esto me
considero una foucaultiana: la crítica no puede decir qué hay que hacer, sino apenas
realizar el ejercicio de preguntarse qué cosas queremos aceptar y qué queremos rechazar
de nosotrxs mismxs, de la configuración de nuestra subjetividad y de nuestra época.
En ese caso, todxs estamos desde nuestros lugares dando forma a estas preguntas: ¿cómo
vivir hoy en el mundo?

En tu experiencia, de lectora, de estudiosa, y desde tu quehacer en el campo de la
filosofía ¿las mujeres traen un filosofar distinto al del filósofo varón? ¿En qué se
expresaría?

-Oh, justamente he estado pensando mucho en eso. En un cruce epistémico-político entre
las mujeres y la filosofía. Aunque claro, no todas las mujeres. Diría que hay un modo de
hacer ciencia y de hacer filosofía que está completamente marcado por el humanismo (y,
por lo tanto, por el varón, blanco y propietario; es decir, por el patriarcado, la raza y el
capital), y es un ejercicio de varones y de mujeres. Se trata de la perspectiva que asume
la neutralidad valorativa y la objetividad universal –cuando entre bambalinas sabemos
que responden a intereses económicos, políticos, raciales, éticos–.

Pero si el feminismo no es un humanismo, en el sentido en que lo mencionábamos recién,
el enfoque epistémico-político de hacer ciencia y hacer filosofía debiera mostrar grandes
contrastes. Estoy maniobrando con esa hipótesis a partir de algunos ejemplos. Pensaba que, si la separación y elevación de la persona por encima de lo corpóreo y de los otros
vivientes considera al hombre como una entidad autónoma y diferente respecto de la
naturaleza, si el desencantamiento del mundo alude no solo a dejar de ver a la naturaleza
animada, sino a llevarla al plano del objeto, y constituir al hombre en soberano de la
creación, esa autonomía es a costa propiamente de la vida. La misma relación sujeto-
objeto del conocimiento tiene la constitución cruel y violenta del soberano.
Podría realizarse una genealogía de la ciencia en la que se muestre la contraposición
entre vida y conocimiento (a través de Nietzsche y de Canguilhem, por ejemplo). Que la
filosofía ha sido una mala interpretación del cuerpo y un olvido de la mirada animal,
expresa ese carácter cruel y violento del humanismo.
Frente a ello, me llaman la atención
algunas cartas y algunas anécdotas del siglo XVII –momento de plena constitución del
método científico– en el que las mujeres se distinguen por un pensamiento a favor de la
vida. Me refiero por ejemplo a Elizabeth de Bohemia, quien cuestiona a Descartes sobre la
supuesta naturaleza inmaterial del alma como causa del movimiento del cuerpo. O a
Margaret Cavendish, filósofa y Duquesa de Newcastle, única visita femenina hasta 1945 en
la Royal Society de Londres para presenciar los experimentos de Robert Boyle
–considerado como el primer químico moderno–.
Se cuenta que a los laboratorios de Boyle asistían mujeres de la nobleza a presenciar
experimentos en torno a la flamante bomba de vacío –no como testigos, pues su estatus de
dependencia se los impedía–. Los experimentos consistían en asfixiar a pequeños pájaros
evacuando el aire de la cámara en la que se encontraban. Las mujeres buscaron
interrumpir el experimento para salvar la vida a un pajarito. Como lo relata Donna
Haraway, los varones comenzaron a reunirse de noche para evitar este tipo de
intervenciones. Se debe haber argumentado –como se ha argumentado a lo largo de los
siglos– que las mujeres son débiles o sensibles.
Sin embargo, es allí donde la cultura de la ciencia se ha definido en oposición a las
mujeres, y donde el género es relevante. No solamente los varones se hicieron
“hombres” y “testigos modestos” en los laboratorios. También se encubrieron en las
prácticas científicas los afectos, los deseos, la corporalidad, el amor y el cuidado. Pues la
denostación falaz de la debilidad de la mujer encubre lo que ella reclama en favor de la
vida.

La misma Elizabeth de Bohemia, en sus discusiones con Descartes, no hacía otra cosa al
buscar devolverle a la materialidad del cuerpo su estatus. Con esto queremos decir que no
hay que atender solamente a la invisibilidad de las mujeres tanto física como
epistemológicamente. Sino también a lo referido a la posibilidad de una ética a favor de la
vida, de lo desemejante, de las diferencias –una ética no humana, si entendemos que toda
ética humana acaba siendo dogmática y narcisista–.

¿Cómo podría incidir la catástrofe planteada por la pandemia en la toma de conciencia
sobre la prescripción del humanismo?

-No soy muy optimista con una “toma de conciencia”. Hemos comprobado que ni el horror
de Hiroshima y Nagasaki han generado “conciencia”. En algún modo, la conquista del
espacio, al mismo tiempo que agotamos a velocidades cada vez mayores nuestros recursos
naturales, habla de que efectivamente nos dirigimos hacia el colapso, buscando cómo
colonizar otros mundos, pues el nuestro tiene fecha de caducidad.

Quiero decir, al comienzo de la pandemia se hablaba de modo esperanzador como una
oportunidad para tomar conciencia del agotamiento del modelo humano, como lo referís
vos. Se dijo –de modo apresurado y bastante ingenuamente por parte de algunxs de
quienes gustan de llamarse “intelectuales”– que la pandemia ponía en crisis al capitalismo,
por la caída de los mercados y el petróleo, por las pérdidas enormes de las aerolíneas,
mientras el Leviatán –anónimo y siempre alimentado de la Razón y de la Ciencia–, se
reinventaba, sacándole provecho a la catástrofe.
La misma carrera por las vacunas dan cuenta de ello; la enfermedad es un gran negocio,
sabemos el poder que tienen los laboratorios respecto de invertir más en medicamentos
paliativos que en investigaciones por la cura de las enfermedades. Las vacunas llegaron en
el marco de lo que Donna Haraway llamó una “justicia viral”, para demostrar que las
regiones más ricas vacunan más rápido que las regiones impactadas por el racismo, el
extractivismo, la pobreza, el colonialismo (algo de eso aparece asomando ahora con la
variante omicrón).

Quizás al comienzo de la pandemia asistimos, en primer término y con sorpresa, a la
resurrección de las viejas preguntas respecto del rol del Estado en un contexto
marcadamente neoliberal, escuchando discursos y observando medidas de tinte
keynesiano por parte de gobiernos de centro-derecha, al tiempo que nos encontramos
ante una situación en la que se reaviva de un modo peculiar el ejercicio de la fuerza pública
del poder soberano, de una manera desfasada respecto del devenir de las democracias
liberales. Es decir, estábamos a puro desconcierto. A mí me pasó en ese momento, que
sentí la necesidad de no aventurar una hipótesis sobre a dónde nos llevaría la pandemia.
Me parecía que estaban cambiando las condiciones de posibilidad de nuestra experiencia
histórica, y que era necesario escuchar y atender, antes que hablar –sigo en esa posición en
cierta manera–. Creo, además, que falta mucho tiempo para que podamos percibir el
trauma y la marca (individual y colectiva) que nos ha provocado.
Más que confiar en una toma de conciencia, siento que quienes nos sentimos interpeladxs,
no podemos esquivar la necesidad de poner en escena los problemas de ese modelo
humano, racional, de progreso científico, capitalista; de problematizar la relación con la
naturaleza y con el resto de los vivientes; de comprender que la “muerte del hombre”, lo
que anuncia, es el agotamiento de un mundo centrado en su supuesta jerarquía y en la
soberanía de lo racional por sobre lo afectivo, lo corpóreo y lo vital.

A partir de lo que llamamos la tercera ola feminista, y desde el feminismo en general,
siempre ponemos el foco -y con motivos- en las violencias que el modelo humanista
masculinista implica para las mujeres.

-Desde el feminismo hacer foco en las violencias ejercidas hacia las mujeres supone
desnaturalizar formas de vida que se han encontrado determinadas –históricamente,
claro– por el patriarcado. Se trata de visibilizar no solamente las desigualdades sino la
violencia a las que nos encontramos sometidas en diferentes planos: en nuestras
relaciones, en el trabajo, en lo que respecta a una “función” que atraviesa todos los
ámbitos, y nos reduce a una “condición”. Muchas de nosotras –que ya tenemos una cierta
edad, mucho más nuestras madres quizás–, hemos atravesado ese proceso de
desnaturalización de gestos, palabras, actos hacia nosotras, que en otro momento se
tenían como algo corriente.
Hacer foco en esas violencias hacia las mujeres, es un ejercicio de desnaturalización en
cuanto hace aparecer algo que no era percibido, lo saca de su naturalidad y visibiliza la

agresión, el desprecio, la exclusión. En algún modo, despeja el funcionamiento de ciertos
universales, para mostrar la particularidad de esas violencias, el atravesamiento de
relaciones de sometimiento, y permite realizar una historia de esas violencias, que tienen
una constitución, un pasado –algo que Silvia Federici ha mostrado muy bien con referencia
al contexto económico y político de la caza de brujas y a la reedición de una violencia
originaria no solamente en lo que respecta al proletario, que vende su fuerza de trabajo,
sino también a las mujeres, como cuerpos femeninos que son instrumentos de
reproducción de la fuerza de trabajo.

¿Los hombres también son violentados por los modelos de masculinidad que aún parecen
hegemónicos?

-Hay una constitución conjunta, por parte del patriarcado, de la mujer y del varón,
encarnados en esos universales. Y creo que esto sí es algo importante: no es el género de
la mujer el que se constituye solamente a partir del modelo patriarcal; también el varón
se constituye como varón. Si no advertimos esto, volvemos a hacer pasar al varón por el
“hombre”, por el universal hombre.
En este punto, es innegable que sufrimos, varones y
mujeres, por los modelos hegemónicos de femineidad y masculinidad; y efectivamente,
esos modelos de masculinidad ejercen una violencia también en los varones.
Por eso me parece que uno de los primeros efectos de esa desnaturalización, es la caída de
los universales. Y en esa caída aparece que también el varón se constituye como varón bajo
un cierto régimen de discursos y prácticas, donde también es violentado, donde las
violencias pasan por ese principio de individualización de qué es ser varón, de cómo debe
comportarse, etc. No estoy con esto equiparando una y otra violencia. Sino enfatizando
en la importancia de que una política feminista debe tener en cuenta los efectos de la
desnaturalización de los géneros
, entre ellos, que no hay un universal “varón”, y que
también los varones llegan a ser varones a partir de una normatividad que les viene
impuesta.

En “Filosofía profana” dialogás con distintos conceptos de Michel Foucault. ¿Qué opinás
sobre las denuncias recientes hacia ese filósofo? Esta pregunta intenta reflexionar sobre
el fenómeno de la “cancelación”.

-Me parece que hay varios peligros en el juego punitivista, no muy distante a la llamada
“justicia por mano propia”. En el caso de las denuncias, entran en la lógica del escrache y la
cancelación, tomándose a priori como verdaderas, generando una adhesión generalizada a
algo que debería probarse. Aunque no es una novedad: así están dadas las reglas del juego
en la comunicación actual. La denuncia de pedofilia realizada por Guy Sorman que
involucraban a Michel Foucault, tiene la especificidad de las fake news. El problema es que
una vez que el problema se instala como verdad, ya luego no es noticia cuando se
determina la falsedad de alguna de ellas.
En primer lugar, Foucault ya no se encontraba en Túnez en 1969, eso es un hecho y es
comprobable. Por otra parte, se trata de una denuncia muy grave con nulas posibilidades
de pruebas, pues data de hace cincuenta años (muy distinta a otras denuncias, como las
realizadas a directores de cine, donde las mismas actrices han dado testimonio en la
actualidad). Y, además, resulta que Sorman realiza la denuncia en el marco de la promoción
de su libro. Como estrategia de publicidad gratuita, sin dudas es muy inteligente. Sin
embargo, si estaba al tanto de semejante cosa ¿por qué no lo dijo antes, tratándose de un
asunto de tanta gravedad? Luego de las acusaciones, cuando lxs periodistas le

repreguntaron, pues ya no estaba tan seguro de las edades, ni de haber sido testigo y
haber estado en la escena. Los testimonios de lxs tunecinxs desmienten rotundamente los
dichos de Sorman.
Sobre el fenómeno mismo de la cancelación: no voy a estar nunca del lado represivo o
punitivista, bajo ninguna de sus formas. Es continuar con el modelo de vigilancia, de la
pena y del castigo. Con esto no quiero decir que somos libres de cualquier cosa, y caer en la
otra peligrosísima cultura libertaria. Es una discusión súper importante que dar. Creo que
esto nos lleva directamente a preguntarnos ¿vamos a cultivar formas y prácticas que se
han gestado bajo los cánones del humanismo y del patriarcado, dirigiendo la misma
violencia y exclusión ahora en sentido “contrario?

En relación a las mujeres ¿vamos a dirigir la misma violencia hacia los varones, a invertir la
dirección? La fuerza operante seguiría siendo la violencia y eliminación del otrx. Yo creo
que el desafío son otros mundos posibles, otras vidas vivibles, otras relaciones entre
nosotrxs. Un devenir mujer en la política y en las prácticas políticas supondría una
perspectiva radicalmente otra a la lógica de la crueldad, del castigo, de la eliminación y
de la exclusión.

Acerca de Silvana Vignale
La autora de “Filosofía profana. Hacia un pensamiento de lo no humano” (Editorial Nido de
Vacas, Buenos Aires, 2021) nació en Mendoza, en 1978. Es Doctora en Filosofía e
Investigadora del CONICET. Estudió el Profesorado de Filosofía en la Universidad Nacional
de Cuyo y realizó su Doctorado en Filosofía en la Universidad Nacional de Lanús.
Actualmente es investigadora en el Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales,
CONICET, CCT Mendoza, y Profesora Titular de Filosofía y de Antropología Filosófica y
Sociocultural, en la Facultad de Psicología de la Universidad de Aconcagua.

Por Ana Quiroga Larrieu

Arte: Matilde Néspolo